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El futuro no se juega en tener más robots, sino en decidir a quién pertenecerán.
Por David Echeverri - opinion@elcolombiano.com.co
En los noventa tener un computador en la casa era un lujo. Hoy es imposible imaginar la vida sin un smartphone en el bolsillo. Con los robots pasará lo mismo. Hoy parecen una novedad que vemos en videos virales o ferias tecnológicas. En diez años estarán en todas partes: humanoides limpiando oficinas, drones haciendo entregas, brazos robóticos en restaurantes, asistentes personales con los que hablaremos como si fueran personas.
La pregunta no es si eso pasará. La pregunta es quién será el dueño de esos robots.
Así como hoy las grandes plataformas digitales concentran poder y riqueza, mañana ocurrirá lo mismo con quienes controlen los robots y las inteligencias artificiales que los hacen útiles. Estamos frente a una nueva infraestructura productiva, tan importante como lo fueron las fábricas en la revolución industrial o los computadores en los noventa.
Las cifras lo muestran: en 2023 China instaló más de 276.000 robots industriales, más de la mitad de todos los que se pusieron en marcha en el mundo ese año. Su densidad ya es de 392 robots por cada 10.000 trabajadores en manufactura, superando a Estados Unidos, que cuenta con 285. Esto no es ciencia ficción: la carrera ya empezó y los centros de poder se están configurando.
Aquí hay una oportunidad enorme. Si el mundo se va a llenar de robots, alguien tendrá que fabricarlos, distribuirlos, mantenerlos, asegurarlos, programarlos y entrenarlos. Eso significa centros de distribución, hubs de mantenimiento, redes de repuestos, software de control, escuelas técnicas especializadas. Una cadena de valor completa que todavía no existe y que se va a construir en los próximos años.
Hoy los robots son caros y limitados, como los computadores de 1992. Pero la inteligencia artificial se abarata cada día, los sensores son más precisos y las cadenas de producción más eficientes. Cuando los costos caigan, veremos una explosión de adopción en hogares y empresas.
Medellín tiene todo para ser protagonista. Lo veo en las empresas de servicios que están adoptando IA, en el talento técnico que sabe ejecutar, en la capacidad de competir globalmente con costos inteligentes. Pero no basta con hablar de software y startups digitales. Hay que pensar en infraestructura física. Centros de formación en mantenimiento robótico. Programas de mecatrónica aplicada a servicios. Parques donde convivan fabricantes de hardware, desarrolladores y operadores logísticos.
El riesgo es la pasividad. Que los hubs se instalen en Miami, Monterrey o São Paulo, y que nosotros quedemos como consumidores tardíos. Pero también existe la otra opción: aprovechar lo que somos para posicionarnos como nodo clave en la cadena de valor de los robots.
En 2035 será normal ver humanoides en oficinas y fábricas. Lo extraordinario no será verlos allí, sino quién se quedó con el negocio de ponerlos a funcionar, mantenerlos operando y entrenar las inteligencias que los hacen útiles. Esa es la conversación que Medellín debería tener hoy. El futuro no se juega en tener más robots, sino en decidir a quién pertenecerán. Y si no empezamos a pensar en eso desde ahora, los dueños no estarán aquí.