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La contaminación atmosférica, una pista para encontrar vida extraterrestre

Entre los proyectos de búsqueda de civilizaciones extraterrestres, en los últimos años ha tomado fuerza la idea de que la polución en la atmósfera de planetas lejanos puede ser una tecnofirma, una pista de la presencia de tecnología avanzada.

  • La contaminación es una huella de la presencia de vida en el planeta Tierra. Expertos miran al espacio tras la pista de huellas similares. Foto: Getty.
    La contaminación es una huella de la presencia de vida en el planeta Tierra. Expertos miran al espacio tras la pista de huellas similares. Foto: Getty.
08 de noviembre de 2025
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A casi 41 años luz de distancia, TRAPPIST-1e es un planeta rocoso de tamaño similar al nuestro y potencialmente habitable, donde podría existir agua líquida y, quizá, vida. Si hay allí una civilización, sus telescopios observarán una estrella amarilla en la constelación de Leo, y harán un gran descubrimiento: la atmósfera del tercer planeta de dicha estrella muestra signos de contaminación industrial propia de una especie tecnológica: es la Tierra, y somos nosotros.

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Y lo que funciona en un sentido, funciona en el contrario: los científicos sostienen que buscar una atmósfera contaminada en algún planeta exterior a nuestro sistema solar (o exoplaneta), de entre los más de 6.000 ya conocidos y los millones que faltan por conocer, podría ser la opción más productiva para confirmar por fin que no estamos solos en el universo.

Búsqueda sin fruto

En 1960 el astrónomo Frank Drake apuntó por primera vez un radiotelescopio a dos estrellas en busca de señales de radio que delatasen la presencia de civilizaciones alienígenas. Drake no captó nada, y tampoco lo ha hecho ningún otro intento de escucha desde entonces. El ser humano ha enviado mensajes al espacio en forma de transmisiones de radio, e incluso en formato físico a bordo de las sondas Voyager y Pioneer. Nada de ello ha obtenido éxito.

“¿Dónde está todo el mundo?”, se preguntaba el físico Enrico Fermi en 1950, en referencia a la lógica suposición de que, si los humanos estamos aquí, deberían de existir infinidad de mundos habitados. Hoy seguimos preguntándonos lo mismo: tras más de seis décadas de existencia, la Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre (SETI, por sus siglas en inglés) fundada por Drake solo ha cosechado lo que el astrónomo y divulgador Paul Davies tituló en su libro de 2010 como “un silencio inquietante”.

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La astrónoma Jill Tarter acuñó en 2007 el término ‘tecnofirmas’ (o ‘tecnomarcadores’) para referirse a huellas tecnológicas de cualquier clase que revelen la existencia de una civilización avanzada.

Una transmisión de radio es una tecnofirma; pero, como proponía Davies en su libro, existen otras posibilidades que no dependen de la voluntad de una especie alienígena de comunicarse con otras. Por ejemplo, obras de megaingeniería en torno a una estrella para cosechar su energía.

Nuestra tecnología actual está muy lejos de megaproyectos a escala estelar. En cambio, si algo hemos hecho intensamente los humanos ha sido contaminar nuestra atmósfera por efecto de la actividad industrial y el uso de energía. Por lo tanto, la polución atmosférica es también una tecnofirma que tal vez podría estar presente en otros mundos habitados.

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Y es posible detectarla a gran distancia: muchos exoplanetas se descubren por la observación de su tránsito ante su estrella, lo cual reduce el brillo recogido por los telescopios y permite deducir algunas características del planeta. El análisis del patrón de la luz al atravesar la atmósfera del planeta, si la tiene, puede revelar la presencia de ciertos gases, lo que ofrece la opción de descubrir la tecnofirma de la contaminación.

En 2014, un estudio pionero del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian analizó la posibilidad teórica de detectar en la atmósfera de un exoplaneta de tipo terrestre la presencia de una clase de contaminantes que son chivatos inequívocos de actividad industrial, ya que no existen en la naturaleza: son los clorofluorocarbonos (CFC), gases antiguamente empleados en espráis o refrigeración, y que gracias al protocolo de Montreal de 1987 comenzaron a abandonarse por su daño a la capa de ozono.

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