Corría el año 2000 cuando Medellín todavía no figuraba en el mapa global de la industria creativa. La ciudad apenas comenzaba a recuperarse de las heridas sociales y económicas del narcotráfico. Mientras tanto, tres jóvenes amigos soñaban con hacer algo que en ese entonces sonaba casi utópico: vivir de la música.
Juan Felipe Arango, Gabriel Vallejo y Juan Diego “Juancho” Valencia, músicos e ingenieros de sonido, encontraron en un pequeño garaje del barrio Laureles el laboratorio perfecto para comenzar a inventarse su propio camino.
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“No había a quién preguntarle cómo montar un estudio de grabación. Intenté llamar a Discos Fuentes y a otros grandes de la industria, pero nadie respondía. Así que nos tocó aprender solos”, recuerda Juan Felipe Arango, gerente general y uno de los socios fundadores de Merlín Producciones.
Fue un momento de transición tecnológica clave: el sonido analógico le daba paso a lo digital y democratizaba el acceso a la producción musical. Así arrancó Merlín Producciones: haciendo jingles para panaderías y bares de amigos, grabando bandas locales y representando a las primeras agrupaciones propias como Puerto Candelaria y La República.
En paralelo a la producción de jingles y locuciones publicitarias, Juancho Valencia lideraba la creación de Puerto Candelaria, una agrupación que, con irreverencia y creatividad, reinterpretó las músicas tradicionales de Colombia bajo una estética global.
“Queríamos que nuestras músicas folklóricas sonaran frescas, modernas y que pudieran gustarle a un joven japonés o alemán sin dejar de ser colombianas”, explica Juan Felipe. Así, Puerto Candelaria se convirtió en el estandarte sonoro de Merlín Producciones, con giras por Europa, Asia y América Latina.
Hoy la banda cuenta con ocho espectáculos distintos y sigue siendo uno de los pilares artísticos y económicos de la productora.
De garaje a Netflix: así creció Merlín Producciones
Los primeros contratos importantes llegaron con proyectos culturales de ciudad. Uno de ellos fue la producción musical para la inauguración del Parque de los Deseos, un símbolo del renacimiento cultural de Medellín. A partir de allí, Merlín Producciones comenzó a diversificar su portafolio hasta convertirse en una productora integral: hacen discos, producen bandas sonoras de películas y series, organizan festivales y venden espectáculos musicales.
Hoy, 25 años después de ese primer garaje, Merlín participó en la creación de la banda sonora de “Cien años de soledad”, la serie de Netflix basada en la obra cumbre de Gabriel García Márquez.
Aunque los números pueden parecer modestos comparados con las grandes multinacionales del entretenimiento, el impacto de Merlín es notable. La empresa opera con 10 empleados directos y genera entre 30 y 40 empleos indirectos dependiendo del proyecto. Fotógrafos, técnicos, camarógrafos, músicos, diseñadores y productores giran alrededor de sus diferentes iniciativas.
“Siempre decimos que somos una pequeña empresa con proyectos grandísimos”, resume Arango. La operación anual cuesta unos 3.500 millones de pesos, un monto que cubre los salarios, los costos de producción y la operación logística de conciertos y grabaciones.
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El portafolio de Merlín Producciones abarca desde la producción de un álbum musical hasta el montaje de un gran concierto. Un show de Puerto Candelaria ronda los 50 millones de pesos. Grabar una canción para una marca, con producción y arreglos incluidos, puede costar entre 35 y 40 millones de pesos. Y producir un álbum completo de 10 canciones vale cerca de 30 millones, solo por la grabación.
Cada proyecto es “hecho a la medida”, insisten en Merlín. Nada es en serie, nada es masivo. Esa apuesta artesanal, con altos estándares de calidad, es la que les permite competir con cualquier producción internacional.
El desafío de sostenerse en una industria que vive en crisis
La sostenibilidad ha sido el mayor reto. Juan Felipe lo explica con honestidad: “Somos emprendedores, no porque estemos empezando, sino porque en el arte y la cultura uno está reinventándose todo el tiempo. Esta industria siempre está en crisis”.
En 25 años, Merlín ha sobrevivido a la transición del cassette al streaming, a crisis económicas locales y globales, a pandemias, a la irrupción de miles de estudios caseros y a la competencia desigual con las grandes plataformas digitales.
La clave, dice Arango, ha sido diferenciarse y ofrecer calidad: “Desde el principio quisimos que nuestros discos pudieran estar al lado de cualquier disco del mundo, al lado de Michael Jackson o Queen, y competir en calidad”.
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Aunque las plataformas como Spotify, Apple Music y YouTube han permitido que su música suene en Japón o Alemania, Arango es crítico con el modelo de negocio. “Las regalías que pagan son muy bajas, no son justas con el trabajo del músico. Pero tenemos que estar ahí porque si no estamos, somos invisibles”.
Por eso, Merlín también apuesta por plataformas alternativas, más pequeñas y justas con los creadores, aunque menos masivas. “El reto es que esas otras plataformas logren crecer y sean una opción real frente a los gigantes del streaming”, dice.
Merlín Producciones es una empresa atípica en muchos sentidos. Funciona con energía solar, capacita jóvenes músicos y defiende la idea de que el arte también genera rentabilidad social y ambiental, no solo económica.
“Estamos convencidos de que el arte y la cultura no solo generan empleo y economía, sino también salud mental y cohesión social”, enfatiza Arango.
Merlín quiere seguir siendo un referente sonoro de Colombia para el mundo, pero sin perder el alma de garaje que los vio nacer en Laureles hace 25 años. Porque, como dice su fundador, “esto comenzó en un cuarto, pero la pasión sigue siendo la misma”.
Merlín Producciones y el panorama económico
Como empresario cultural, Juan Felipe Arango tiene una visión crítica del contexto colombiano. “La cultura siempre ha sido la cenicienta del Estado. Todos los gobiernos prometen apoyos, pero pocos los cumplen. Y seguimos esperando una ley de la música que impulse realmente al sector”.
También cuestiona la inestabilidad normativa: “Cada gobierno quiere hacer su propia reforma tributaria y eso genera mucha incertidumbre para las pequeñas empresas. Las reglas de juego nunca están claras”.
A pesar de todo, insiste en que el sector cultural está demostrando su capacidad de generar empleo y desarrollo social, más allá de la rentabilidad financiera.
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Hoy Merlín Producciones sigue siendo un sello discográfico independiente, una casa productora de contenidos audiovisuales y musicales, y una agencia de conciertos. Pero también es mucho más que eso: es una escuela no formal donde los jóvenes aprenden de música, sonido y producción; es una comunidad creativa que ha llevado el sonido colombiano a escenarios del mundo entero; y es, sobre todo, una prueba de que desde Medellín se pueden crear proyectos culturales sostenibles y globales.
“Llevamos 25 años, pero seguimos siendo emprendedores. Esto no se estabiliza nunca, siempre hay que adaptarse, reinventarse y resistir”, concluye Juan Felipe Arango.