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¿Por qué somos así?, será que ¿somos lo que comemos?

Una oda al recuerdo, del chef Molina, a tantos alimentos que nos han acompañado desde niños y un llamado a las autoridades a reconocer el inmenso valor de la cocina como atractivo turístico.

  • ¿Qué recuerdos llegan a su cabeza cuando ve mangos biches así? FOTO EL COLOMBIANO
    ¿Qué recuerdos llegan a su cabeza cuando ve mangos biches así? FOTO EL COLOMBIANO
hace 1 hora
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Si como dice el cliché: somos lo que comemos, la respuesta está en nuestro pasado.

En estos días, Gloria Montoya, alumna de mis cursos, me regaló su libro Los hijos de la montaña, una “historia deliciosa para recrear, llena de personajes valientes, sobresalientes y aventureros que inmersos en la trama de la vida humana hacen florecer relatos de amores, negociaciones, guerras, visiones, traiciones y desengaños dignos de contar.” En síntesis, una divertidísima crónica íntima de Antioquia con la que al final se llega a entender ¿Por qué somos así?, pero ¿por qué comemos así?

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Ese libro magnífico me dio pie para esta nota, dedicada a los que, como yo, celebramos, como si fuera ayer, los 350 años de Medellín, que aunque estamos canosos y barrigones, nos gozamos cada instante de la vida. Vimos cómo creció la ciudad entre dificultades, sin bajar la frente, por el contrario, no nos quitan lo bailao, ni lo comido.

A Miguel desde chiquito le he enseñado que todo en la vida empieza y termina, nace y muere, que lo que pasó no volverá y, aun así, lo tenemos que celebrar. Los recuerdos no nos pueden agobiar porque a la final nos pasamos la vida tratando de crear nuevos. Los sabores memorables están asociados a los momentos más felices de la niñez y se nos acaba el tiempo tratando, sin lograrlo, de replicar los platos que nos hacía la mamá.

Por esta época, a muchos nos agarra la nostalgia, un sentimiento profundo que se debate entre la tristeza y la felicidad. Hace años leí una frase que se me quedó grabada para entender la nostalgia: “Un bien que se padece y un mal que se disfruta”. Una mezcla entre melancolía y alegría por eso que nos hace falta, las ausencias que celebramos y los lugares adonde fuimos felices. Recuerdos que se llevan en el alma como mariposas en el estómago.

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Crecimos en un mundo mágico jugando la vuelta a Colombia con tapitas de frescos, la bola al paso, telebolito, atari, yoyo russel, totes, horripicosos, buscaniguas, chorrillos, chucha y escondidijo en el closet con las vecinas, jugamos picaditos en la calle, tomamos moresco y Kolcana, bailamos boleros en grills, contratamos señor de los discos por $50, fuimos a matiné y vespertina, cine doble con Tarzán en el Rívoli y el Tropicana, comimos conos en la San Francisco, trasnochamos con los perritos de Barranquilla, tomamos guaro en taza, bailamos en el vertedero, fuimos a paseos de olla, idolatramos a Cochise, nos morimos de la risa con Montecristo y soñábamos con ser como Kaliman, nos tiramos por el tobogán de Carabanchel y dimos vueltas en el carrusel del Noral. Los que entienden esto, saben qué un pico era una proeza y yo cuántos años tienen.

Así como se graban los momentos, los paisajes y los amores, se quedan los sabores de cuando estábamos chiquitos y no conocíamos las dificultades de crecer, como pagar los servicios o esperar a los hijos que no llegan temprano como el mío que me tiene de suegro, que cosa tan dura. Ojalá pudiera llamar a mi mamá para consolarme.

Chiquito me paraba en la ventana de la casa en Laureles a esperar un señor que venía cargando un tronco florecido con caramelos rosados, verdes y amarillos con formas de animales y estrellas. No veía la hora de salir de clase a comprarle mangos a Pereque a quien los curas le montaron la perseguidora diciendo que les ponía mariguana y los dulces del paisa que tenía toda una miscelánea en la bicicleta. Fue mucho lo que batí claras de huevo para hacer ponche con una gótica de licor y hacíamos obleas con un adminículo peligrosísimo que cogía la fuerza. Esperaba que mis papás se durmieran para atracar la despensa y arrasar con las salchichas de tarro y las sultanas. Pasaba horas quebrando corozos con un martillo, un programazo. Los fines de semana mi papá nos llevaba a Caldas a comer obleas con arequipe en la misma ventanita que sigue igual abajo del parque de Corona. Cada centavo me lo gastaba donde Elvia en la California en pan de peso y bolis para vender en el colegio que me decomisaban. No todo fue color de rosa, me tocó ser seminterno en San Ignacio con la comida más espantosa de la historia de la humanidad.

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Crecimos mecatiando minisicuí o minisiguí, diabolines, cofio, ponche, rompope, velitas, milo y leche klim, caspiruletas, panelitas con coco, esquimos, táparos, gomitas, manzanas acarameladas, miguelucho, lecherita, avena quaker, cucas, casaos, calados, caramelos, coquitos, mazapanes, bolis, recortes, herpos, chusquitas y bombones entre otros pero además éramos muy felices con placeres simples como banano con leche, zanahoria con azúcar y limón, mantecados, mango verde con limón y sal, colada maicena y por supuesto las grandes maravillas de nuestra cultura paisa como la arepa con quesito de Montenevado, los moritos y el jugo de mandarina del Astor, los pasteles de Santa Clara, las fresas con crema de boquerón, la gelatina de pata de Girardota, las galletas de las Palacio y la parva de las monjitas con jugo de tomate de árbol. Nada hacía daño y no teníamos nutricionistas inquisidores de Instagram ni inspectores de salud cazando propinas, que felicidad.

Los que quieran deshacer los pasos de la infancia mecatera se pueden pasar por Panelitas mi fortuna, una tiendita en la candelaria, en el centro, cerquita a Profamilia, Cl. 54 #43 - 81, lo mismo los abuelitos que quieran mostrarles a sus nietos cómo fue que crecimos entre tantas delicias. Pueden recorrer las plazas de mercado buscado los puestos de dulces en donde se surten los vendedores ambulantes que nos alegran la vida manteniendo las buenas costumbres con calorías felices que no deberían morir.

“Recordar es vivir cuando se ha amado, recordar es vivir un grato pasado” ... como dice la canción y nada mejor para eso que irse al Kaiser a Caldas a comer empanadas de iglesia, tomar guaro con mango verde mientras Don Guillermo pone sus tangos en LP. Otro programa delicioso es ir a tardear con tinto al Málaga a ver las parejas echando paso con el chucuchucu, con las mujeres a un lado y los señores de fijador lechuga que las sacan a bailar amacizadas con la mirada sobre el hombro. Muy distinto al perreo, ni mejor ni peor.

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Hoy somos lo que somos gracias a lo que fuimos y mañana seremos, por lo que somos, porque la cultura se transforma, unos llegan y otros se van, pero como lo dijo Sandro: La vida sigue igual. Lo que es muy claro es que, como en el libro de Gloria, hay que viajar al pasado para entendernos.

Con motivo de los 350 años de Medellín, leo con orgullo como nuestra ciudad se dispara en el mundo como destino. Es mandatorio que las autoridades locales reconozcan el inmenso valor de la cocina como atractivo turístico y lo impulsen en vez de poner tantas trabas. Para el sector, vital la unión, todos remando para el mismo lado, con programas inclusivos en que restaurantes, chazas y caspetes compartan la mesa. Somos, a mucho honor, arepas callejeras, gelatina de pata, salpicón, gauchos, copitos de nieve, guanabanol y mazamorra de bicicleta, solteritas y obleas.

Que rico que Ana García del Tour Gastronómico y los empresarios del sector encuentren caminos de unión para promover por igual restaurantes y emprendimientos detrás de los que viven cientos de miles de antioqueños. Ojalá el alcalde procurara la forma para que los productos caseros se pudieran vender en los supermercados, que estimulara las tiendas de barrio que mantienen el valioso patrimonio dulce de vitrina, ayudara y formalizara los informales, que se quiera o no, tienen que existir. En Nueva York formalizaron los famosos vendedores de perros, kebabs y pretzels y se volvieron parte encantadora del paisaje. La hotelería tiene que ponerse de acuerdo para que los que nos visitan nos conozcan como somos, pero a punta de arepas industriales, cebiches peruanos y ensaladitas caprés nos mantendremos a la sombra.

¿Por qué somos así?, será que ¿somos lo que comemos?

@molinacocinero
molinacocina@gmail.com

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