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Una llave para abrir puertas

Desde hace muchos años tengo claro que la energía que desprendemos los seres humanos es contagiosa.

hace 1 hora
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  • Una llave para abrir puertas

Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo

Muchos entraban al restaurante a comer, pero una gran mayoría pasaba simplemente a saludar. No demoró en atenderme un muchacho que tenía por ojos un par de rayitas que le hacían juego a la sonrisa que empezaba en una oreja y terminaba en la otra. Era chino y hablaba con acento extraño y una gran dificultad para conjugar los verbos, aun así había algo magnético en la forma como se expresaba. Me explicó la carta, me dio recomendaciones, puso en la mesa bocados raros para que los probara. Lo amé instantáneamente. La gente seguía entrando a saludarlo, las señoras lo abrazaban, los niños se le colgaban de la ropa y de la panza. Comprendí que esas personas eran vecinas del barrio. Pensé que si yo viviera en Madrid, también entraría a saludarlo cada vez que pasara por la Calle de Santiago. Y eso que aún no había probado los dumplings que preparaba.

Desde hace muchos años tengo claro que la energía que desprendemos los seres humanos es contagiosa. Y cuando hablo de energía me refiero a la buena y a la mala, por eso intento rodearme siempre de personas con buena vibra, aún más, me esfuerzo por ser una de esas personas, a fin de cuentas, uno atrae lo que es. Si eres de los que odias atraerás millones de cosas para odiar. Si eres de los que te quejas verás motivos para quejarte por todas partes. Si ríes aprenderás a reírte incluso en medio de las adversidades. A lo largo de mi vida he probado diversas llaves para abrir puertas: la llave de las influencias, la llave del dinero, la llave del conocimiento, la llave del aspecto físico, la llave del escote y ¿saben qué? ninguna de ellas abre tantas puertas como la llave de la simpatía. Increíble que algo tan sencillo como sonreír sea tan poderoso. Y más increíble aún que la mayoría de la gente vaya por el mundo sin saberlo.

De regreso a Colombia vi en el avión Better Man, la película de Robbie Williams. Una de las escenas relata cuando fue a su primer casting y se dio cuenta de que no era tan talentoso como creía, era como cualquier otro muchacho, uno más del montón, sin embargo, decidió quemar el último cartucho que le quedaba: el cartucho de la simpatía. Los demás aspirantes tenían las mismas ganas y, más o menos, el mismo talento musical, fue su actitud la que sorprendió al productor. Lo que ocurrió después es historia.

Horas después de aterrizar fue el lanzamiento de mi nueva novela. Tenía jetlag, dolor de cabeza y mucho cansancio. La fila para firmar libros era eterna. Una periodista me vio interactuando con cada una de las personas que hizo la fila y me preguntó por qué me tomaba semejante molestia. ¿Por qué? —respondí—: porque no me cuesta nada, porque me llena, porque en un mundo donde se puede ser cualquier cosa yo elijo ser simpática, porque vivo agradecida con los lectores, porque amo lo que hago, porque, al igual que dijo García Márquez alguna vez, yo también escribo para que la gente me quiera.

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