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Los orígenes del mal

La desconfianza y el terror siempre estuvieron presentes. Stalin prosperó porque encarnó lo necesario para liderar un proyecto que se tornó violento y cruel desde sus inicios.

hace 1 hora
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  • Los orígenes del mal

Por David González Escobar - davidgonzalezescobar@gmail.com

El primer volumen de la biografía de Stalin del historiador Stephen Kotkin es un libro que, por sí solo, amenaza con que te cobren por equipaje sobredimensionado al embarcar: un ladrillo de 1.000 páginas, denso, que parece escrito en Arial 6 (y en Arial 3 en las más de 200 páginas de notas detalladas al final, un terreno que, por fortuna, permanece inexplorado para mí).

El libro no es solo sobre Stalin —que a veces incluso parece desaparecer de la historia—, sino más bien el retrato de una época: la progresiva caída de los zares, los eventos que llevaron a la Primera Guerra Mundial, el caótico comienzo de la Revolución rusa y el vértigo de la Europa de principios del siglo XX. Y, para colmo, al terminarlo, apenas vas en 1928: quedan como tarea un segundo volumen, que sigue la vida de Stalin hasta 1941, y, en el futuro, un tercero que aborda su papel en la Segunda Guerra Mundial y los últimos días del dictador ruso, que el autor lleva cerca de una década preparando.

Al cerrar este primer tomo, Stalin apenas se ha consolidado en la cúspide del poder. Todavía no han ocurrido las purgas, los gulags ni muchas de las hambrunas que después costarían millones de vidas.

Y, en ese contexto, aparece lo más provocador que plantea Kotkin: el “régimen monstruoso” que terminó por levantarse no fue tanto una emanación de la psicología de Stalin como una consecuencia inscrita en el bolchevismo y en las circunstancias que consolidaron el poder soviético. Más que traicionar los “ideales” de la revolución, Stalin destacó como el ideólogo y arquitecto del aparato que convirtió la coerción en método de gobierno: en un sistema que recompensaba la disciplina férrea, la centralización y que normalizó el uso de la violencia.

Tras un trabajo de archivo monumental, Kotkin desmonta varios mitos de psicología barata que rodean los comienzos del sucesor de Lenin. Stalin no “nació” intrínsecamente malvado, ni estaba escrito que acabaría entre los grandes asesinos del siglo. Su infancia no fue más traumática que la de tantos otros en una región donde la vida era, para la mayoría, dura y miserable. Lo que sí fue distintivo, ya en su juventud, es la combinación de tenacidad, sentido organizativo y frialdad que, en un ambiente que premiaba la supervivencia, lo llevó a la cima del poder mediante una estrategia calculadora, apoyada en el patronazgo y en una sucesión de traiciones.

Porque el bolchevismo, forjado en la experiencia de la guerra total, tomó el poder en medio de la anarquía y bajo una amenaza existencial: disidencias que pronto derivaron en una guerra civil sangrienta, la urgencia de evitar el desmembramiento del viejo Imperio ruso y el encierro geopolítico y la hostilidad de las potencias europeas deseosas de ver caer al régimen naciente.

La desconfianza y el terror siempre estuvieron presentes. Stalin prosperó porque encarnó lo necesario para liderar un proyecto que se tornó violento y cruel desde sus inicios: no desvió el que inauguró Lenin, sino que lo profundizó con gran capacidad administrativa.

El origen del mal de uno de los más sanguinarios dictadores del siglo XX no fue un alma excepcionalmente corrupta, sino la convergencia de circunstancias y decisiones que un dirigente extraordinariamente apto supo convertir en método para consolidar un poder absoluto y despiadado.

Esa idea me deja, más bien, intranquilo.

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