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Acumuladores de triunfos

Lo anterior es grave y, sin embargo, no es lo más grave. Lo más grave es que no aprenderá a perder y yo no sé ustedes, pero estoy convencida de que a esta vida se viene a eso.

hace 6 horas
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  • Acumuladores de triunfos

Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo

Al fondo del corredor hay una puerta cerrada con un avisito escrito a mano que dice: «proivido entrar». Como no se me ocurre una razón más potente para entrar a un lugar que saberlo prohibido, decido girar el pomo y abrir la puerta. Para mi sorpresa no tiene seguro ni nada que apoye la idea de la prohibición. La verdad, me decepciono un poco, habría violado la norma con más interés si hubiera encontrado algún obstáculo. Una vez adentro comprendo la razón por la cual el dueño del cuarto quiere evitar la entrada de extraños: hay medallas por todas partes. Escandalosamente doradas y plateadas. Brillantes. Penden con cintas de colores de las sillas, del perchero, de la cabecera de la cama. A los nueve años, la criatura tiene más medallas de las que yo he acumulado en más de cuatro décadas. Y eso que he sido muy deportista. Al rato le pregunto a mi amiga si acaso su hijo es un ser particularmente virtuoso en áreas en las que yo no estoy enterada. Ella se ríe mientras me explica que en el colegio le dan medallas por cumplir con las tareas, por llegar a tiempo, por portarse bien, por ser respetuosos con los demás, por participar en las actividades, por practicar algún deporte, por llevar el uniforme de la manera adecuada, en fin, premian a los niños por hacer aquellas cosas que les corresponden.

Me parece que cuando a un niño lo premian por todo, la idea de ganar carece de gracia. Crecerá pensando que el mundo siempre le debe algo por el simple hecho de ser quien es, es decir, esperará medallas por nada y lo peor es que lo hará convencido de que se las merece. ¿Qué sentido tiene esforzarse si igual siempre habrá algún tipo de recompensa? Lo anterior es grave y, sin embargo, no es lo más grave. Lo más grave es que no aprenderá a perder y yo no sé ustedes, pero estoy convencida de que a esta vida se viene a eso. Se pierden batallas, amigos, materias, amores, partidos, trabajos, aviones, tiempo, memoria, llaves. Se pierden tantas cosas que Elizabeth Bishop en su poema El arte de perder recomienda acostumbrase: «Practica entonces perder más, y goza el ritmo de la pérdida, su encanto: pierde ciudades, nombres, y en Lepanto pierde una mano, un destino, una moza: nada de esto será para tanto».

Pier Paolo Pasolini, que tuvo una vida trágica y llena de pérdidas, reflexionó al respecto: «Pienso que es necesario educar a las nuevas generaciones en el valor de la derrota. Ante este mundo de ganadores vulgares y deshonestos, de prevaricadores falsos y oportunistas, de gente importante que ocupa el poder, que escamotea el presente, ni qué decir el futuro, de todos los neuróticos, del éxito, del figurar, del llegar a ser. Ante esta antropología del ganador, de lejos prefiero, al que pierde». Yo también lo prefiero porque solo el que pierde consigue aprender algo y aprender es una forma de ganar, con lo cual, paradójicamente, los verdaderos ganadores terminan siendo aquellos que más pérdidas han acumulado.

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