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¿Distopía o consenso?

Debemos volver a un liderazgo esperanzador, ejecutivo y cero disociador, como lo ordena además nuestra Constitución.

hace 3 horas
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  • ¿Distopía o consenso?

Por Carlos Enrique Cavelier - opinion@elcolombiano.com.co

Como sabemos, el cerebro humano del Homo sapiens sapiens está dividido en tres partes: el neocórtex, que es la más avanzada y nos ha permitido el pensamiento abstracto como la temporalidad, las matemáticas o el lenguaje; el cerebro mamífero dueño de nuestras emociones suaves como el cariño y el amor; y finalmente el cerebelo, comúnmente llamado cerebro reptil, que comanda en buena parte el comportamiento reptil.

Ese cerebro reptil es el que curiosamente nos domina en situaciones que ‘pensamos’ nos parecen riesgosas: de ahí el enfrentar, huir o congelarnos de pánico (las famosas tres efes en inglés: fight, flight o freeze). Por eso Álvaro Uribe [a quien pensamos en su dolor actual] ha insistido siempre en no tomar decisiones en caliente, es decir, en respuesta a algo que nos amenaza, sino ‘dejarlas enfriar’ hasta que el neocórtex nos permita balancearlas y no simplemente responder con una de las tres efes. Además, ese enfrentar conlleva la creación de un enemigo mental o real que nos queda marcado en nuestra memoria por años.

Pero son las tres efes, más el cerebro mamífero, las que nos inducen a la distopía o la utopía, dos opuestos irrealizables: a verlo todo negro, sin esperanza, o todo en colores y en relajación total. La utopía describe una sociedad idealizada y perfecta, libre de males como la pobreza, mientras que la distopía representa un futuro opresivo, deshumanizado y sin esperanza. Casi que son dos mundos no humanos; y por momentos queda solo la desesperanza congelada por el miedo del lado distópico.

En Colombia, insisto en la dureza con que nos ha tratado la historia —de nuestra propia manufactura — podríamos concluir que las utopías no existen, pero las distopías tampoco; las dos son en buena parte construida por nosotros mismos —como diría Séneca— y por las redes sociales en una imaginación aumentada.

Debemos volver a un liderazgo esperanzador, ejecutivo y cero disociador, como lo ordena además nuestra Constitución. Y esto implica dejar de mirar la viga en el ojo ajeno, dejar de mirar a quién traicionó, quién me maltrató, quién cometió feroces crímenes “imperdonables”. Si pudo Alemania, ¿por qué no vamos a poder nosotros? Si pudo Vietnam, que enterró todo su resquemor con los Estados Unidos después de casi 3 millones de muertos, ¿por qué no vamos a poder nosotros?

Pueden no existir las utopías para nosotros, pero un país en paz con oportunidades para la gran mayoría es claramente posible. Y es el cambio que la gente vio en el 2022 para elegir a Petro y que sigue anhelando, pues lo ve claramente posible. Repito la frase del profesor Fernando Cepeda, testeada con la realidad de la historia: “Colombia funciona extraordinariamente en consenso”. Y al revés, pésimamente en división, como en los últimos 7 años o más.

No es acallar las voces del disenso, es llevarlas a “sus justas proporciones”. Pero con una visión soleada, unida y creíble de nuestro futuro.

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