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Por Luis Guillermo Vélez Álvarez - opinion@elcolombiano.com.co
La increíble profusión de candidatos presidenciales es consecuencia de un sistema electoral diseñado para tramitar las ambiciones personales de poder de políticos profesionales o de aficionados tocados por la providencia. Los sistemas de doble vuelta convierten la elección de presidente en un proceso largo, costoso y agobiante que empieza prácticamente al otro día de la última votación. Para elegir su presidente, los ciudadanos deben participar en tres o cuatro votaciones.
El sistema de corrupción legalizada, en el que el asistencialismo y el intervencionismo han convertido los gobiernos modernos, lleva a que las propuestas políticas no difieran de un candidato a otro. Todos aspiran a conseguir la mayoría prometiendo a cada minúsculo grupo de interés la adopción de medidas especiales para satisfacer sus quejas particulares. Estamos llegando a un mundo en el que cada individuo quiere del gobierno su beneficio particular y en el que cada uno se siente capacitado para obtenerlo para sí mismo y dárselo a los demás. Estamos llegando a un mundo en el que todos se sienten capaces de gobernar y con derecho de hacerlo. Estamos llegando al mundo de la estococracia.
La estococracia – también demarquía, insaculación, lotocracia o gobierno aleatorio – es un sistema político sin partidos ni elecciones en el cual los gobernantes son elegidos por sorteo entre todos los ciudadanos o grupos de ciudadanos habilitados.
Modernamente, la demarquía se asocia con las ideas del filósofo australiano John Bernheim, expuestas en El Manifiesto de la Demarquía: para una mejor política pública, publicado en 2016. Sin embargo, la elección por sorteo tiene sus orígenes en la Grecia Antigua.
Para Platón, el rasgo característico de la democracia es justamente la elección del gobierno por sorteo:
“El gobierno se hace democrático cuando los pobres, consiguiendo la victoria sobre los ricos, degüellan a unos, destierran a los otros y se reparten con los que quedan los cargos y la administración de los negocios, reparto que en estos gobiernos se arregla de ordinario por la suerte”.
En Política, Aristóteles indica también que el sorteo es el modo de nombramiento propio de la democracia: “...parece ser democrático que los cargos se den por sorteo y oligárquico que se den por elección” .
Y en La Constitución de Atenas, informa que los atenienses elegían por sorteo el Areópago, la más alta magistratura de la Polis: “Formaban el consejo cuatrocientos uno de los ciudadanos de pleno derecho, elegidos por sorteo. Se sorteaban para esta y para las demás magistraturas los que han cumplido 30 años”.
El gran Montesquieu se refiere al sorteo electoral en términos especialmente elogiosos: “La elección por sorteo es propia de la democracia; la designación por elección corresponde a la aristocracia. El sorteo es una forma de elección que no ofende a nadie y deja cada ciudadano una esperanza razonable de servir a su patria”.
Se objeta que la elección aleatoria puede recaer en ciudadanos sin méritos intelectuales y morales. La lista de aspirantes presidenciales sugiere que el resultado de una elección aleatoria difícilmente podría ser peor que la elección por voto.