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La poderosa olla de microtráfico en la que se movía el niño sicario que le disparó a Miguel Uribe

EL COLOMBIANO estuvo recorriendo las calles del barrio que el niño sicario caminó también durante los últimos meses. Una olla de microtráfico cerca a su casa y un lugar clave para el expendio y el consumo de drogas eran su ambiente natural. La historia.

  • Respecto a la investigación del atentado la Fiscalía analiza cientos de grabaciones de cámaras de seguridad en la zona. FOTO suministrada
    Respecto a la investigación del atentado la Fiscalía analiza cientos de grabaciones de cámaras de seguridad en la zona. FOTO suministrada
  • El agresor contó con apoyo logístico para su movilidad y eventual huida. FOTO suministrada
    El agresor contó con apoyo logístico para su movilidad y eventual huida. FOTO suministrada
  • La poderosa olla de microtráfico en la que se movía el niño sicario que le disparó a Miguel Uribe
  • Momento previo al ataque cuando Uribe se dirigía a los asistentes al acto. FOTO suministrada
    Momento previo al ataque cuando Uribe se dirigía a los asistentes al acto. FOTO suministrada
13 de junio de 2025
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“Aquí viene el jefe a vender hidromorfona, éxtasis, de todo. Pero no le puedo decir así tan así porque es peligroso. Vende hidromorfona sobre todo y otras drogas pesadas. Ahí atrás hay una casa de latas en donde las procesan. Al man le dicen Copper pero es un visaje”.

Estas son las palabras de un consumidor que compartía hasta el pasado sábado las calles de la redonda en la que vivía el joven sicario de Miguel Uribe. Seis días después de que en Modelia, Fontibón, a 7 kilómetros de allí se escucharon ocho disparos, el barrio del que salió el joven sicario continúa en silencio y en una inercia incómoda a la espera de que las preguntas se respondan.

Al llegar, lo primero que sorprende es que se trata de un barrio completamente normal. Una típica zona residencial en Bogotá con actividades económicas tradicionales y ciudadanos comunes que tratan de llevar una vida tranquila. Al frente de la torre, dos de un bloque de tres conjuntos residenciales del mismo tipo, pero que se diferencian por colores, permanece parqueada una patrulla de la policía con antenas en el techo. Dos uniformados escoltan la puerta, mientras que adentro los vecinos secretean con sus rostros preocupados e incrédulos. En el cielo da vueltas interminables, un helicóptero que buscr cualquier pista extraña desde las nubes sin lograr encontrar nada.

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El conjunto del joven sicario está en la punta del barrio. Al lado izquierdo está la ribera de un humedal por el que pasa un río y al lado derecho una vía principal, una cancha de fútbol de césped sintético y el principal mercado de verduras del lugar. Hay farmacias, ferreterías, carnicerías, monta llantas, y vendedores ambulantes que se acercan a un colegio público con una infraestructura que hace pensar en un país desarrollado.

Frente al bloque de conjuntos hay un parque con el pasto crecido, una cancha de fútbol de cemento y un lugar que se pensó que iba a ser para la recreación de los niños con un pasa manos y un rodadero. Hoy es el núcleo de la venta de drogas, un problema sistemático que ha tenido contra la pared a la comunidad indefensa.

El rodadero y el pasamanos son el territorio del crimen. Es de día y cuando llegamos todavía hay papeletas frescas que parecen de bazuco y marihuana de la noche anterior. Vidrios cortados que sirven para partir la droga y encendedores en el piso y en las escaleras.

A las personas que no han parado de comentar el intento de sicariato les asemeja a una película con un protagonista cercano. “El vivía aquí en la segunda torre, daba vueltas todo el tiempo por aquí. Andaba a pie. El primer día después del atentado, todo esto estaba rodeado. Llegan más policías todos los días, pero ellos dicen que están ahí, es por si la gente llega a hacer disturbios a la casa. Él como que no vivía aquí permanentemente, pero cuando estaba se la pasaba era ahí en el parque fumando. Eran tres, los otros dos se desaparecieron. Ellos entraban a la casa con él, eran los que salían e iban a fumar con él. Andaban en bicicleta o a pie. Este tenía el pelo largo, el otro cortico, y uno negrito con el pelo largo también. Se vestían de pantalón ancho. Yo no entiendo cómo le va a hacer eso a una persona carteluda, es decir, una persona que todo el mundo la conoce. Y en el video se ve que una vieja la hace señas. Eso es no tener corazón”, dijo otra fuente del sitio entrevistada por este periódico.

El joven sicario, uno más de los centenares de niños sicarios a los que los grupos armados y las estructuras criminales han convencido o contratado para matar en Colombia, era completamente identificable en su barrio por su corte de pelo. Como se ve en los videos, esa es una característica precisa. Corto arriba y largo atrás.

“El pelo, tenía el pelo más largo que el mío y además la cara. Era la cara como de un niño chiquito. Cuando lo vimos supimos que era él por el corte”, agregó otra persona.

El joven de 15 años tenía una familia disfuncional. Su padre se fue a Polonia aparentemente intentando buscar oportunidades y su madre murió. Vivía con su abuela en una casa pequeña, pero no en condiciones de pobreza extrema. Y en todo caso en un barrio con acceso a servicios públicos, transporte, educación y deporte.

Estos detalles de su entorno son claves para la investigación por varias razones. Luego de la publicación de la Unidad Investigativa de Noticias Caracol, quedó claro que hay por los menos cinco personas que tuvieron interacciones con el joven antes del intento de homicidio. Llegó a Modelia en una moto cuyo conductor se entregó este jueves a la Fiscalía asegurando que era un simple conductor de una aplicación. Pero se quedó hablando con él durante varios minutos antes de los disparos. El otro sospechoso, el conductor de un carro que estuvo dando vueltas y en el que el victimario se cambió de ropa, fue capturado. El abogado de Uribe Turbay, Víctor Mosquera, aseguró que será imputado por concierto para delinquir, tráfico de armas y uso de menores de edad.

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En la escena aparecen junto al sicario otro hombre y una mujer en un Chevrolet Spark gris que también es una pieza fundamental de los videos. Y luego, en el parque donde el candidato fue baleado, está la mujer que mira al sicario, haciéndole gestos evidentes con los ojos por lo menos en cuatro ocasiones como presionando que ejecutara el atentado.

Miguel Uribe estaba desprevenido con dos escoltas caminando por las calles de Fontibón en un evento que, contrario a lo que dijo el presidente Gustavo Petro en una alocución nacional, sí había sido convocado con la comunidad, razón por la cual allí se encontraban varios ediles y concejales. Uribe estaba con solo dos escoltas de la UNP, porque el tercero que debía acompañarlo se encontraba en un protocolo cuestionado para reducir gastos llamado autorrelevo. Este consiste en que el escolta que se va a descansar un día y no acompaña al protegido no es reemplazado.

Sobre dos canastas de cerveza, el candidato estaba hablando de trabajos para personas en condición de discapacidad. En ese momento se escucharon los disparos del joven que dio dos violentos pasos hacia adelante y descargó su arma por lo menos seis veces. Un disparo a la cabeza y uno en una pierna dejaron al líder político e hijo de la historia de la violencia del país en un estado crítico y al borde de la muerte, aunque en las últimas horas hubo noticias alentadoras desde la Fundación Santa Fe.

La olla y alias Copper

Mientras estábamos en el barrio, pudimos observar dos momentos que confirmaron el problema con el microtráfico. Entre la casa del sicario y el colegio público en donde los niños juegan está un lugar abierto con pasto largo y algunas pequeñas montañas de tierra. Ese lugar colinda con unas casas de latas que son invasiones en la ribera del humedal. Allí hay tres cruces de madera paradas en una señal que solo entienden en el bajo mundo. Un hombre llegó a esa barrera, dejó su bicicleta contra las colinas y se bajó en uno de los desniveles para que nadie lo viera. Luego de unos minutos subió con las mangas remangadas y quitándose un caucho del brazo. Se estaba inyectando algún tipo de droga pesada que podría ser heroína.

Más tarde llegaron otros dos jóvenes usando gorras, jeans anchos y camisetas largas. Se sentaron en una silla y encendieron cada uno su cigarrillo de marihuana. “Por allá por el lado del caño hay una olla. Usted se va derecho, hay un puente de latas, pasan y ahí está la plazoleta. Yo tuve una hija que cayó ahí y se murió después en un accidente de tránsito. Ella se volvió drogadicta y vivía ahí”, dijo una de las habitantes del sector.

Otra mujer residente de las mismas casas en las que vivía el sicario confirmó que su nieto lo había visto en varias ocasiones. “Él lo vio pasar por ahí cuando se iba a trabajar. Que se le burlaba por el pelo que tenía porque era bien pelado arriba y tenía mechas. No lo tratábamos, pero el problema de drogas sí es bastante serio. Hay unos marihuaneros que se sientan aquí todo el tiempo. La policía los ha sacado pero vuelven. El otro problema es con los vendedores. Hace poco sacaron al más peligroso porque era muy agresivo”, agregó.

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Pero la revelación más importante la hizo otro de los consumidores con los que este diario habló en esa zona. Con cuidado y luego de una conversación para ganar su confianza, esta persona aseguró que el jefe de la olla es un hombre conocido como “Copper”. “Al man le dicen Copper y manda aquí. Ahí atrás hay una casa de latas en donde procesan”.

Este podría ser un punto de giro en la investigación para las autoridades. Cuando al sicario lo aprehendieron y algunos ciudadanos lo golpearon en un acto extraño que todavía está pendiente de respuestas, el joven dijo que iba a entregar “al man de la olla”. “Yo les digo quién fue. Fue el man de la olla. Yo les voy a dar los números, déjenme darles los números, déjenme parar y les doy los números” gritaba repitiendo en el piso antes de que otras personas lo golpearan y un policía le quitara el revolver Glock nueve milímetros que venía de Arizona. El arma de la tragedia.

¿Se refería el joven sicario al “man de la olla” que visitaba cerca de su casa, conocido como alias Copper?

Las hipótesis del Gobierno señalan que el crimen podría tener una relación con la andanada terrorista de las disidencias de las FARC a inicios de semana en el Valle y Cauca. Pero no se puede descartar que también tenga que ver con una lucha frontal contra las organizaciones de microtráfico. Miguel Uribe fue secretario de Gobierno de Enrique Peñalosa en la Alcaldía de Bogotá. De hecho, este diario habló con el concejal Andrés Barrios que estaba a 10 centímetros de Miguel cuando el sicario le disparó, lo llevó después en la ambulancia hasta la primera clínica que lo atendió y trató de contener su sangre que era imposible de parar. Barrios expuso otro hecho que no se conocía.

“A mí lo que me pareció extraño es que yo estaba dando dos mensajes. El primero era en materia de recuperar los parques para los niños y las familias y no para los expendedores, porque la semana pasada habíamos estado con Miguel en el Congreso celebrando que el alcalde Galán había sancionado un proyecto de acuerdo de mi autoría. Miguel tenía que ver todo con ese proyecto porque está basado en el decreto 825 de 2019 que se expide en la administración de Peñalosa cuando Miguel era secretario de Gobierno. Cuando yo doy ese mensaje uno como orador sabe si el público conecta o no conecta. En ese momento me pareció raro ver la presencia de unos tres o cuatro hombres que estaban allí serios, con su mirada muy fija, mirándonos pero desconectados completamente. Cuando yo digo que con Miguel Uribe vamos a dar la guerra contra el microtráfico en Colombia, la gran mayoría de personas que estaban allí aplaudieron, conectaron con el mensaje. Pero ellos no”, dijo.

Sumado a esto, Uribe venía dando discursos en campaña que no tenían término medio frente al microtráfico. “Vamos a prohibir el porte de drogas y a intervenir las ollas como lo hicimos en el Bronx. Que donde hubo droga, haya vida y esperanza (...) lo hice como secretario de Gobierno y lo vamos a volver a hacer, no al consumo de droga en espacios públicos. Los parques son para las familias, no para los jíbaros. Vamos a prohibir el consumo de drogas en todos los espacio públicos”, decía en Bogotá. Esas declaraciones no solo eran una amenaza para el crimen organizado a partir del microtráfico. Sino que eran sumamente peligrosas.

Cerca de la zona de la casa del menor hay otro barrio peligroso que conecta con la olla y en donde se podría contratar los servicios de más sicarios, según fuentes de inteligencia.

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Este periódico tuvo acceso al número del celular de la abuela del menor, quien ya hace parte de un programa de protección a testigos. Aunque ahora está apagado, en la foto de perfil aparece una mujer joven que está en una moto negra en el barrio. No se sabe con claridad de quién se trata. En la foto de perfil de WhatsApp del niño sicario aparecía él con una gorra y una rata viva en la mano.

En el barrio del niño sicario las personas, buenas y trabajadoras como la gran mayoría, caminan desconcertadas sin entender cómo un joven de 15 años al que veían casi todos los días pudo intentar asesinar a un precandidato presidencial en lo que parecía para él también un acto suicida. Las respuestas podrían estar en lo profundo del microtráfico y del crimen más violento de Bogotá. La ciudad parece hoy acostumbrada al sicariato. En los últimos meses, ocurrieron hechos notorios como el del empresario Roberto Franco, asesinado en la entrada de un edificio en el parque de la 93; el del esmeraldero Sebastián Aguilar, expareja de Sandra Ortiz, al que le disparó un francotirador desde una montaña con vista a su apartamento. O el del exdirector de la cárcel La Modelo, Elmer Fernández, quien fue baleado a las cinco de la tarde en la avenida 30 por hombres en moto en plena hora pico.

El sicariato en Bogotá es hoy un portafolio de servicios dispuesto a quien lo pueda pagar. Uno al que entran también los niños y adolescentes atrapados en las ollas del tráfico de drogas. No hay diferencia si se es, incluso, un candidato presidencial. Es el deja vu a los años 80; se mata por dinero. No importa quién sea la víctima.

Al final de la tarde, al terminar la reportería, notamos cómo los vendedores y consumidores de drogas volvieron a su puesto de mando, regresaron al parque que se tomaron hace tiempo para empezar la rutina nocturna. Esta vez sin el joven al que seguramente conocían. Un niño sicario que salió de un barrio cualquiera en Bogotá y que a los quince años fue capaz de dispararle a la cabeza a otro ser humano para matarlo y rematarlo si no era suficiente. La historia de tantos otros niños asesinos que empiezan temprano en el crimen tomando el peor camino. El joven está en el búnker de la Fiscalía entregando información. Negó los cargos en su contra, aunque todo el país lo haya visto disparar sin remordimiento. La investigación continúa y la olla del barrio del niño sicario sigue vendiendo sus productos día y noche.

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