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Que nada nos robe la alegría

El liderazgo es acción, encuentro, disposición a escuchar, salir del propio espacio de confort y reconocer la dignidad del otro, incluso si eso significa sacrificar la imagen.

hace 6 horas
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  • Que nada nos robe la alegría
  • Que nada nos robe la alegría

Por María Bibiana Botero Carrera - @mariabbotero

Viajó más que cualquier otro líder de su Iglesia, recorriendo más de 410 mil kilómetros en cerca de 40 visitas apostólicas fuera de Italia, llevando siempre un mensaje de encuentro. Impulsó reformas estructurales profundas, desafió inercias, removió obstáculos, abrió puertas. A lo largo de 13 años de Pontificado, abrió canales de diálogo con otras religiones y con líderes mundiales de todas las orillas, sembrando puentes donde otros solo veían fronteras.

Decidió llamarse Francisco. Y su nombre, como su liderazgo, fue una declaración de principios. Escogió el nombre del santo de la humildad y la fraternidad universal, de la reverencia hacia todas las cosas creadas, la naturaleza y la ecología. Desde ese primer gesto trazó la hoja de ruta de su Pontificado: estar cerca de los más pobres, caminar junto a los excluidos, cuidar el planeta, hablar con todos, incluso con quienes parecían estar más lejos.

Francisco entendió el poder del liderazgo como una vocación de servicio, una disposición constante al diálogo, una apertura genuina a la diferencia, y encarnó esa idea no solo en su discurso, sino en su manera de ejercer su rol. En uno de los tiempos más polarizados que ha vivido el mundo, tendió puentes entre culturas, credos y posiciones ideológicas, asumiendo el riesgo de incomodar a quienes prefieren los muros.

Habló con rabinos y líderes musulmanes, científicos, políticos progresistas y conservadores, empresarios y activistas sociales, jóvenes y ancianos. En 2019, firmó en Abu Dabi junto al Gran Imán de Al-Azhar el histórico Documento sobre la Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia Común, un llamado a la unidad y al respeto mutuo que marcó un hito en la relación entre religiones. Trascendió los ritos para concentrarse en la esencia del cristianismo: la común unión entre los seres humanos.

Su relación con los jóvenes fue especialmente cercana: “Hagan lío, no tengan miedo de sacudir las estructuras si eso es lo que hace falta para que haya justicia”. Los invitó a participar activamente, soñar, a no resignarse ante las injusticias. Entendía que el liderazgo no se impone, se inspira. Y en esa inspiración supo conectar con una nueva generación que encontró en él no solo un Pontífice, sino un líder capaz de escuchar, aprender, enseñar sin imponer.

El suyo fue un liderazgo espiritual, pero también profundamente humano. Dijo que prefería “una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por encerrarse”. Y en ese llamado hay una lección que trasciende credos y toca las esferas de lo público, lo privado y lo empresarial: el liderazgo es acción, encuentro, disposición a escuchar, salir del propio espacio de confort y reconocer la dignidad del otro, incluso si eso significa sacrificar la imagen. En últimas, dejar “la carne en el asador”.

Francisco deja un legado profundo. Un liderazgo espiritual que trascendió su propia iglesia y que, en tiempos de agravios y polarizaciones, supo recordarnos que la dignidad humana es la verdadera patria común. Su ejemplo permanece como una brújula ética en un mundo que necesita más conversaciones y menos agravios.

De todas sus lecciones, mi favorita se la le escuché cuando vino a Medellín: “que nada nos robe la alegría”.

*Presidenta Ejecutiva Proantioquia.

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