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A este panorama perverso lo alimentan, además, los medios de comunicación y las redes sociales que nos informan. YouTube. Facebook. Instagram. TikTok. El algoritmo. La reiteración
de sesgos.
Por David E. Santos Gómez - davidsantos82@hotmail.com
Las ideas de catástrofe o de salvación vienen del mismo acontecimiento. El fin de la nación o el cambio esperado que traerá alivio. Lo que para un bando —porque son eso, bandos que defienden su esquina con la ferocidad de una guerra— es el logro máximo de su líder político, para el otro ese hecho idéntico representa la ratificación de la incapacidad administrativa. Son burbujas de interpretación radicalmente opuestas e impermeables en sociedades polarizadas el extremo.
Veamos parte del torbellino noticioso de la última semana y sus efectos contradictorios. La elección de Zohran Mamdani en Nueva York —como el joven renovador que impulsará la justicia en una ciudad encarecida o el socialista que llevará a la Gran Manzana a su debacle—; el viaje de Gustavo Petro a Medio Oriente —como el triunfo último de un líder mundial o el descuido de un gobernante que se infla el ego mientras olvida los problemas nacionales—; el evento de Abelardo de la Espriella en una arena de Bogotá —como la aparición del nuevo liderazgo carismático que le regresará la Casa de Nariño a la derecha o la amenaza contra la democracia desde el discurso superfluo y sin sustancia programática—; los avances estadounidenses sobre el Caribe —como la oportunidad para acabar con la dictadura de Nicolás Maduro y la corrupción chavista o la intervención injustificada del imperio en su patio trasero—; o la cumbre de la Celac y la Unión Europea —como el logro de Petro de evitar la presión de aislamiento al que lo somete Estados Unidos o como, justamente, el triunfo de ese aislacionismo—. Todos eventos leídos por las ciudadanías desde el tamiz de sus prejuicios.
El tradicional proceso de escuchar los argumentos para luego definir la postura crítica ocurre a la inversa en la política contemporánea: se tienen de antemano el juicio y la tesis y, posteriormente, se seleccionan las pruebas que los ratifican y se desechan las que los contradicen. A este panorama perverso lo alimentan, además, los medios de comunicación y las redes sociales que nos informan. YouTube. Facebook. Instagram. TikTok. El algoritmo. La reiteración de sesgos. Los likes y comentarios que informan sobre nuestros gustos y nuestros desprecios y fomentan el proceso de ofrecernos testimonios que profundizan amores y odios.
La actualidad social y política se vive en guetos. Territorios que se asumen como múltiples y abiertos al diálogo, pero que solo conversan internamente. Espacios inconexos cuyos integrantes están convencidos de que su verdad es la única realidad válida, que no tiene refutación y que en el contrario, más que el disenso, está el error o la mentira burda. El otro no piensa diferente, simplemente está equivocado.
La fractura social es cada vez más evidente en la construcción de realidades paralelas. Para unos y otros se hace incomprensible e inaceptable la visión inversa. Son hordas de parpados cerrados que insisten en que no necesitan un antídoto para su ceguera. Que lo ven todo con claridad meridiana.