El termómetro en Los Ángeles marca diez grados, una temperatura inusualmente baja que parece un guiño climático al frío industrial de la música que están grabando. Es finales de 2017. Dentro del estudio, Fernando Sierra, conocido por todos como “Elvis”, y Ricardo Restrepo, “Ricky”, hacen una pausa en las sesiones de Lumisphera, su sexto álbum de estudio. Comparten un café, el humo del grano colombiano se mezcla con el aire acondicionado de California, y entonces suena el teléfono de Ricky.
—Hi. Who’s speaking?
—Ricardo Restrepo.
—Ricky, from Estados Alterados?
—Yes, that’s me.
Al otro lado de la línea no hay un promotor local buscando un favor, ni un fan persistente. Es Tim “Gooch” Lougee, el hombre que mueve los hilos de la maquinaria logística de Depeche Mode. La propuesta es corta, seca y directa, como un latigazo de caja de ritmos: quieren que la banda de Medellín abra su show en Bogotá el 16 de marzo de 2018.
Para Elvis y Ricky, aquello no fue una simple invitación de trabajo; fue una absolución. El reconocimiento definitivo de que tres décadas de cables enredados, secuencias programadas a mano y una resistencia heroica al clima tropical —donde el rock siempre se entendió mejor con guitarras sucias que con osciladores— habían valido la pena. Iban a compartir el aire con los arquitectos de su propia educación sentimental. Aquella tarde, el frío de Los Ángeles desapareció bajo el fogonazo de una emoción que los devolvió, de golpe, a su adolescencia en Antioquia.
El mito del baterista de Death Metal
Todo gran incendio comienza con una chispa improbable. La de Estados Alterados se encendió en una noche cerrada de 1987, en un bar llamado New York New York, a media cuadra del parque de Envigado. Eran años de una Medellín que se desangraba en las noticias, pero que en sus sótanos buscaba refugio. Mientras la mayoría de los jóvenes se entregaban al nihilismo del punk o al ruido extremo del metal, tres adolescentes —Carlos Uribe (“Mana”), Elvis y Gabriel Lopera (“Tato”)— buscaban una revelación en los sonidos gélidos y calculados de Kraftwerk.
Había algo de audacia suicida en su propuesta. Medellín era territorio de cuero, taches y distorsión. Pero Tato Lopera, quien se convertiría en el artífice del sonido electrónico del grupo, tenía una pista. Había oído hablar de un baterista legendario en el circuito underground, un tal “Mana”, que aporreaba los parches en una banda de death metal llamada Astaroth. El mito decía que era un virtuoso de la velocidad, pero la realidad era mucho más interesante: Mana tenía el oído lo suficientemente abierto como para entender que el futuro no solo estaba en el doble pedal, sino en la programación.
“Supe por una amiga que Mana había visto en MTV el video de Shake The Disease de Depeche Mode y le había gustado”, recuerda Tato. Aquel video fue el salvoconducto. Una llamada, una presentación breve y una invitación a un proyecto donde la fuerza no vendría de la saturación de los amplificadores, sino de la arquitectura de los sintetizadores. Mana aceptó, y junto a la voz melancólica de Elvis, el rompecabezas quedó armado.
Pero la tragedia, ese elemento tan recurrente en la narrativa del rock, no tardó en reclamar su parte. Justo cuando el grupo alcanzaba su primer pico creativo, con el sencillo “Muévete” escalando al número uno de las emisoras juveniles y tras haber pactado su primer gran concierto, un accidente de tránsito apagó la vida de Mana. Tenía veintidún años. El grupo quedó huérfano de su motor rítmico, pero no de su propósito. En 1991, Ricardo Restrepo llegó desde la banda Código para ocupar ese vacío. No fue solo un reemplazo; fue la pieza providencial que permitió que Estados Alterados proyectara su sombra más allá de las montañas de Medellín.
Quitarse el velo: La conquista del ojo
1991 fue el año en que el rock colombiano dejó de mirar solo hacia el suelo. Bajo el sello Sonolux, lanzaron su debut homónimo. Si “Muévete” fue el asalto a las radios universitarias, “El velo” fue la consolidación de una estética total. El videoclip, dirigido por un joven Simón Brand, fue una pieza de vanguardia visual que rompió un techo de cristal: fue el primer video de una banda colombiana en entrar en la rotación de MTV Latino.
Gabriel Posada Galvis, periodista y testigo de aquellos años, señala un factor diferenciador: Estados Alterados no era una banda para contemplar en silencio, era una banda para bailar. “La música tiene otra memoria cuando se baila”, afirma. En un ecosistema rockero a veces demasiado solemne, ellos inyectaron una organicidad bailable que los sacó de los guetos del género para meterlos en la memoria de los bares y las discotecas.
Esa fidelidad a lo electrónico, en una ciudad dominada históricamente por los sonidos pesados, es lo que el biógrafo Felipe Sánchez Hincapié define como su mayor acto de resistencia. Han sobrevivido a la violencia de los ochenta, a la crisis de la industria discográfica y a cambios internos profundos, como la salida de Tato Lopera. Sin embargo, el núcleo formado por Elvis y Ricky demostró una resiliencia asombrosa. Con la incorporación en 2014 de la tecladista Natalia Valencia —con su rigor académico de la Universidad EAFIT— y el guitarrista Felipe Carmona, el grupo no solo mantuvo el nivel, sino que se permitió lujos experimentales que culminaron en la sofisticación de Lumisphera.
Contra la dictadura de la estantería
A la industria discográfica y a los críticos les obsesionan las etiquetas. Son cómodas para los inventarios, pero estériles para la creación. Kurt Cobain detestaba que lo llamaran “grunge”, Astor Piazzolla se limitaba a decir que lo suyo era simplemente “música de Buenos Aires” para evitar el juicio de los tangueros puristas, y Lemmy Kilmister siempre murió en su ley insistiendo en que Motörhead era solo “rock and roll”.
A Estados Alterados le han colgado todos los carteles del manual: synth-pop, new wave, techno, rock electrónico, pop alternativo. En 2018, en medio del revuelo por su concierto con Depeche Mode, Elvis recordó una anécdota que resume su filosofía frente a estas clasificaciones. En una rueda de prensa a finales de los noventa, un periodista intentó acorralar a la banda preguntando exactamente a qué género pertenecía su nuevo material. Fue su productor de entonces, el argentino Tweety González —mano derecha de Cerati en Soda Stereo—, quien se adelantó con una respuesta mordaz:
—Ese es un problema del señor que pone los discos en la estantería de la tienda. Él verá dónde los pone. Nosotros hacemos música.
Hoy, treinta y cinco años después de aquellas primeras noches en Envigado, el sintetizador sigue encendido. Estados Alterados no es una banda que viva del eco de sus éxitos pasados; es una banda de presente continuo, libre y mutante. Siguen siendo esa alteración necesaria en el pulso de una región que aprendió, gracias a ellos, que la modernidad también se puede programar y que, bajo el frío de los circuitos, siempre late un corazón dispuesto a vibrar.