Su presencia se llevó todos los focos. La primera prueba como entrenador de selecciones de Carlo Ancelotti no fue en la altura de Quito, como se esperaba, sino que se produjo en Guayaquil, al nivel del mar. Seguro el italiano lo agradeció cuando vio la pendiente bastante tendida, que tenía que subir para salir de los camerinos hasta la cancha del estadio del Barcelona ecuatoriano.
El recorrido era largo. Se demoraba poco más de un minuto, a buen paso. “Carletto” lo hizo sin problema. Cuando estuvo en la cancha, hubo euforia. Aquel hombre que en mayo intentaba meter al Real Madrid en las semifinales de la Champions, salió vestido con traje y corbata al banco del Monumental de Guayaquil.
Lucía sereno, como siempre. Las cejas no estaban tan levantadas, pero el rostro se le veía rojo por los 28 grados que se sentían en la ciudad costera del país andino cuando empezó el partido. Antes de que sonaran los himnos, todos los camarógrafos se voltearon hacia donde estaba para inmortalizar el momento: uno de los mejores técnicos de la historia dirigiendo a Brasil, en Ecuador.
Ancelotti ni se inmutó. El hombre, acostumbrado a tener la atención, siguió tranquilo. Cuando sonaron los himnos, se paró en posición de firmes, como si fuera un soldado. Seguro, en la Federación Brasileña de Fútbol, le dijeron que lo tenía que hacer. Para él, todo lo que estaba viviendo era nuevo y, quizás, no sabía que en esta parte del mundo los cánticos nacionales son casi sagrados.
Pero lo supo y mostró respeto. Cuando iniciaban los partidos de Champions y sonaba el himno de la competencia, el italiano ya tenía un chicle en la boca. En Guayaquil, mientras sonaba la canción de Ecuador, no se le veía masticando para tragarse los nervios, amainar la ansiedad, como acostumbró hacerlo desde que empezó a dirigir.
Terminaron los actos de protocolo y una niña que salió con los futbolistas de Brasil a la cancha y cantó el himno del país en un portugués perfecto –por lo menos así se escuchó cuando pasó la cámara oficial de la transmisión de televisión, miró a Ancelotti, quien le sostuvo la mirada con algo de complicidad, como si se hubieran saludado en el camino al camerino.
Después, el técnico argentino Sebastián Beccacece, con ropa deportiva y cabello largo –amplia diferencia estética con Ancelotti–, se acercó al italiano, lo saludó, intercambiaron un par de palabras: el timonel ecuatoriano no se cambiaba por nadie en el mundo.
No solo por el saludo. También porque, desde el primer tiempo, sometió a la Brasil de Ancelotti con la táctica que planteó para el encuentro. Los ecuatorianos generaron más opciones de peligro contra el arco defendido por Alisson Becker: siete en todo el encuentro.
Además, fueron el equipo que más posesión de la pelota tuvo (53% contra 47% de Brasil), y el más preciso en cuando a los pases que hizo (87% contra 83% del visitante). Aunque el elenco dirigido por Carlo Ancelotti, a quien Francesco Mauri y Paul Clement, sus asistentes técnicos, le dieron indicaciones a lo largo del partido, intentó atacar con peligro en aventuras ofensivas de Vinícius Júnior, no fue eficiente.
Lo que sí mostró la nueva Brasil fue más orden defensivo. La presencia de Casemirno y Marquinhos, hombres experimentados, le dio equilibrio al seleccionado brasileño, algo que no tenía cuando Dorival estaba al frente. Sin embargo, aún tendrá que pulir muchos aspectos en ataque, donde tuvo la ausencia de Raphinha, para muchos el mejor jugador de Brasil.
