Justo en el año que llegaba a su segunda década de labores culturales, la editorial Tragaluz ha anunciado su cierre definitivo. Esta noticia fue un baldado de agua fría para los lectores, escritores y gestores culturales de Medellín y de Antioquia. EL COLOMBIANO conversó con Pilar Gutiérrez, directora y fundadora de Tragaluz, sobre las lecciones de estos años frente a una editorial que hizo del libro un objeto de arte y colección.
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Hablemos del libro en este mundo tan lleno de entretenimiento y distracción...
“Nosotros, como editorial, estamos metidos día a día en esa reflexión obligada. Hay muchas formas de pensarlo. Creo que el libro como objeto expandido, con todo lo que ofrece la tecnología, es necesario ya pensarlo así. Ese libro de textos vaciados que veíamos anteriormente y que seguimos viendo en ferias atiborradas, donde hay tantas cosas buenas, debe tratarse con más delicadeza. Hay que buscarle su espacio y muchos caminos, porque los libros abren muchas puertas. Cuando nos quedamos en el libro de texto vaciado nos estamos refiriendo a un libro de otra época”.
¿Ese libro expandido podría ayudarnos a bajar la velocidad en la manera en que consumimos la información?
“No sé si bajaría la velocidad, ojalá. Pero sí lograría que los contenidos lleguen de muchas maneras. Ya hay mucha gente que no se sienta a leer un libro tradicional, pero escucha un pódcast o asiste a una exposición. Ojalá podamos invitar a una lentitud, pero más que eso, se trata de buscar caminos para que los contenidos lleguen”.
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En una entrevista con Gaceta hablaba de devolverle al libro su condición de proyecto. ¿Ese es el camino para ampliar el libro?
“Cada libro debe volverse un proyecto que trascienda. Detrás del libro hay muchas disciplinas. Estamos acostumbrados a recibir el objeto y olvidar todo lo que hay detrás. Pensar en esas otras disciplinas nos enriquece mucho. Incluso las presentaciones de libros deben repensarse, salir de ese formato clásico de dos personas hablando y el público escuchando. Si cada libro se convierte en un proyecto, se disfruta más su producción y logra trascender”.
“Desde el principio, cuando empezamos en 2005, ya estaba la amenaza del libro digital. Desde ese momento sabíamos que el libro físico debía ser valioso. Que quien lo adquiriera sintiera que valía la pena tenerlo en su biblioteca. Eso nos llevó a pensar en libros muy bien diseñados, en libros objeto. Tragaluz siempre le apostó a esa experiencia de los sentidos. Incluso con los primeros libros de poesía incluimos un CD con la voz del poeta”.
Hablemos del cierre de la editorial...
“Cerramos el 19 de diciembre. Cerramos la editorial y la casa, que era un espacio cultural en El Poblado. Todo esto tiene que ver con una reflexión fuerte y una mirada de cambios mundiales. La entrada de la inteligencia artificial, por ejemplo, nos hace repensar todas las disciplinas del libro. No como reemplazo, sino como herramienta. Permite ahorrar tiempo y hacer trabajos más delicados. Todo eso me llevó a la necesidad de un cambio. Hay que parar. Estoy convencida de que seguiré trabajando con el libro, pero desde otro lugar”.
En esa entrevista con Gaceta decía que los editores independientes están cansados de apagar incendios. ¿Sigue siendo difícil ser editor independiente en Colombia?
“Sigue siendo muy difícil, no solo en Colombia, en todo el mundo. Es una cadena complicada. Cada eslabón —el distribuidor, el librero, el editor, el autor— siente que el otro es responsable de los problemas. Es un sector que necesita una gran revisión para ser sostenible”.
Cuando uno ve la Fiesta del Libro llena de gente, podría pensar que el sector está muy bien...
“Es un evento bellísimo, pero detrás hay realidades complejas. Los editores independientes hacen un esfuerzo enorme. Detrás de esos grandes espectáculos hay una economía cultural que debe revisarse”.
Y frente a la inteligencia artificial, ¿no le genera contradicción?
“No necesariamente. Nos permite ahorrar tiempo en unas cosas y profundizar en otras. Podemos hacer una corrección ortotipográfica rápida y dedicar más tiempo al libro objeto. Pero también hay riesgos: muchos libros hechos solo con inteligencia artificial carecen de alma. Hay que saber mirar la herramienta como una ventaja”.
El cierre de Tragaluz no es solo el fin de una editorial, sino de un espacio cultural. ¿Hay algo de despecho?
“Así es. Hay mucho despecho. Pero también hay una puerta que se abre. Casa Tragaluz fue un centro cultural que partía del libro y expandía su sentido. Hicimos exposiciones, talleres, festivales. Creo que las editoriales independientes deben seguir sacando libros especiales, que sorprendan, que sean proyectos. Hay que revisar los formatos tradicionales. Las presentaciones de libros, por ejemplo, necesitan renovación”.
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¿Cuáles son los grandes desafíos del circuito editorial Medellín?
“No es un sector tan sólido como parece. Falta comunicación entre las editoriales. Necesitamos pensar más juntos, hablar de los contenidos y no solo de las ferias o la venta. Después de la pandemia todo cambió. Tragaluz nació con una apuesta por la presencialidad, pero la gente ahora busca talleres virtuales. Tuvimos que adaptarnos, incluso alquilar parte de la casa. Es un cambio que no podemos negar”.
¿Harán algún evento de despedida?
“Sí. Tendremos unas semanas en diciembre con venta especial de libros. Les avisaremos a su debido momento”.
¿Y su futuro?
“No sé. Lo único que sé es que quiero dedicar más tiempo a la escritura”.