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Por Juan David Escobar Valencia - opinion@elcolombiano.com.co
Hay diferentes tipos de enfermedades, todas indeseables y dolorosas en distintos grados, pero ninguna como las inmunes a una mejoría o al menos a estabilizar su agravamiento, como las enfermedades degenerativas que dañan progresiva y hasta irreversiblemente partes del organismo. Unas son genéticas, lo que significa que son “heredadas”, pero circunstancias y condiciones particulares pueden acelerar el deterioro.
Dije hace muchos años, ilusamente, que no tendríamos un gobierno más nefasto y vergonzoso que el de Samper, pero como nadie ha podido evitar que las leyes de Murphy hagan resonancia con la segunda ley de la termodinámica, entonces en Colombia la entropía siempre aumenta y todo lo malo es susceptible de empeorar. Ello se comprobó con la llegada del gobierno Santos, que de decencia lo ignora todo y de traición sabe más que nadie. Su inmundo y venenoso acuerdo de apaciguamiento extorsivo, desconoció lo que debimos haber aprendido como nación cuando en los 80 estábamos en camino de ser dominados por los narcocarteles. El gobierno Santos despreció el sufrimiento y la sangre de los civiles y pisoteó las tumbas de los soldados y policías que entregaron sus vidas para salvar la de sus compatriotas, cuando igualó a la gente de bien con los delincuentes, convirtió artificialmente a criminales en “actores políticos” y a los victimarios en víctimas, y adicionalmente los premió con impunidad y acceso al legislativo en vez de a la cárcel. También escribí hace años que, como si todo ello no fue desastroso, lo peor fue que Santos institucionalizó la venenosa concepción que en Colombia ser decente es para los pendejos y que por el contrario ser pillo, paga y ¡muy bien! Desde entonces somos víctimas de una enfermedad degenerativa.
Pero nuevamente, por iluso, pensé que no podría haber un gobierno más dañino que el de Santos. No siendo enorme el daño que ocasionó, el santismo agravó la situación ayudando a llegar y a mantenerse en el poder al actual desgobierno, y el Petrosantismo o Santopetrismo, sigue degradando al país.
Los criminales que en vez de ser combatidos fueron y continúan siendo apoyados con el disfraz de la “paz” y el perdón social, ahora nos recuerdan a los de mi generación y les advierten a los más jóvenes que los delincuentes escogen quién vive y quién no, “quién puede hacer política y quién no”, a quién se le dispara en público y en privado, quién controla las regiones y a los colombianos que en ellas intentan sobrevivir y se les ordena por quién votar.
Yo sé que quienes apoyaron por ingenuidad y/o complicidad el acuerdo perverso de Santos con un cartel narcoterrorista, no tienen las agallas para aceptar su error ni sus consecuencias. Intentan esquivar su culpa diciéndoles “guerreristas” a quienes nos opusimos a la claudicación. Pero así nunca lo confiesen públicamente e intenten ignorarlo, saben que indirectamente son responsables de los males que estamos sufriendo, y lo peor de todo, condenaron a muerte al futuro del país al sembrar en los jóvenes, de “15” años, por ejemplo, la certeza que ser narco o sicario es la “mejor” opción.
A menos que actúen diferente en las elecciones del 2026, la historia de Colombia los señalará para siempre como quienes incubaron una enfermedad degenerativa.