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Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com
Parafraseando a Emily Dickinson, no sé si ustedes han escrito una palabra y la han mirado hasta que empieza a brillar, si han sentido la necesidad de redefinir alguna, si se han embelesado con: miel, familia, corazón, didaskaleinofobia... ¿con cuál? ¿Se han preguntado cómo se hace un diccionario, por dónde empezar, quién aprueba las palabras y sus significados? Para hacer un diccionario hay que ser un inconforme de la norma; por eso el nuevo libro de Andrés Neuman, “Hasta que empieza a brillar”, es un homenaje precioso a una mujer que tuvo que crear su propio diccionario para comprender el mundo que vivió.
María Moliner entendió que para hacer un diccionario hay que mantener vivo el asombro; por algo los niños son creadores naturales de pequeños tomos, ven que una palabra brilla y la definen desde su extraordinaria lógica.
María no sabía descansar: lo suyo era correr detrás de algún objetivo, lo hacía por ella, por su madre, por las que no habían podido hacerlo. Más que en el nombre del Padre, María creía en la lengua materna. María definía palabras y escuchaba las flores de su jardín mientras las regaba. María, además de inventarse bibliotecas con las uñas, porque creía que articularlas es darle forma a la vida, “algo imposible y urgente”, pensaba la función que cumplía la lectura en la resolución de conflictos, o más bien servía para nombrar los conflictos silenciados. “¿Cómo no iba a ser útil la lectura si mejoraba la vida cotidiana, si fundaba una soledad asociativa, si ofrecía más experiencias de las que nos tocaba en suerte, si ampliaba nuestras identidades, nuestro conocimiento del prójimo y nuestro concepto mismo de realidad, si nos permitía comunicarnos con otras épocas, otros lugares, otras lógicas, e incluso hablar con los muertos?”, pensaba quien defendía que la lectura, más que consumir tiempo, lo creaba.
Una tarde cualquiera, sola en casa, mientras leía a una joven novelista, María se detuvo para hacer una consulta. Abrió el diccionario de la Real Academia, localizó el vocablo, comprobó que ninguna de las definiciones la convencía. Y, casi sin pensarlo, las enmendó a su gusto con un lápiz. Repasó en voz alta el resultado. Asintió satisfecha. Y cerró el sólido volumen. María necesitaba un proyecto lo bastante excesivo y lo acababa de encontrar. Así nació el “Diccionario de uso del español”, más conocido como el María Moliner, compuesto por más de 80 mil palabras definidas a su manera durante 16 años.
Si uno mira quiénes han integrado la Real Academia de la Lengua Española hasta hoy, verá un montón de Sr y muy pocas Sra. María estuvo a punto de ingresar, pero no lo logró, una paradoja que queda bien relatada en la novela de Neuman. ¿Por qué no pudo entrar?, hay argumentos que van desde “en este momento, nos hace más falta un gramático que una lexicógrafa”, hasta “otros han recordado que en la Academia Francesa tampoco hay mujeres, y nadie arma un escándalo por eso”. Apenas en 1978 una mujer, Carmen Conde, fue elegida académica de número de la RAE, ocupó el sillón K, en ese entonces, María Moliner ya sufría una demencia que la dejó sin palabras hasta su muerte en 1981.