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Las razones detrás de esta desunión son conocidas: vetos cruzados, egos acumulados y falta de generosidad política.
Por Daniel Duque Velásquez - @danielduquev
El panorama político de cara a las elecciones de 2026 comienza a definirse, y lo que se ve es preocupante. La derecha llega dividida entre varias candidaturas que compiten más por quién grita más duro que por quién tiene las mejores ideas. De un lado, Abelardo de la Espriella encarna la versión más radical; de otro, Juan Carlos Pinzón intenta una opción más institucional, pero bajo la sombra de Álvaro Uribe, pues las candidaturas del Centro Democrático no parecen pelechar. Y en medio aparece Santiago Botero, que se presenta como un outsider, pero que en la práctica repite la fórmula del radicalismo anti establecimiento.
La izquierda, por su parte, tampoco ofrece señales de serenidad. El Pacto Histórico ya escogió a Iván Cepeda como su candidato, mientras el Frente Amplio —con Roy Barreras, Clara López y otros— aún no define su rumbo. A esto se suma la incertidumbre sobre la situación judicial de Daniel Quintero, quien podría intentar mantener viva su candidatura o poner a alguien en su lugar.
Sin embargo, a pesar de las tensiones que se avizoran entre esos grupos políticos, tanto la izquierda como la derecha han demostrado tener algo que al centro le sigue costando: capacidad de unión y un alto pragmatismo a la hora de llegar a las elecciones. Y eso es, precisamente, lo que más frustra. Porque mientras los extremos —llenos de personajes populistas, cuestionados y con visiones autoritarias— son capaces de dejar sus diferencias a un lado para llegar al poder, el centro, que está compuesto por personas valiosas, técnicas y con una visión democrática del país, se enreda por diferencias de forma que podrían resolverse con acuerdos claros y concretos.
Lo que ocurrió esta semana con el Nuevo Liberalismo es el mejor ejemplo. La decisión intempestiva de Juan Manuel Galán de ofrecerle la cabeza de lista del partido y de la coalición Ahora Colombia al abogado Mauricio Gaona —luego de haberla acordado con Alejandro Gaviria— fue un error de cálculo que terminó debilitando a todos. Gaona declinó, Gaviria se alejó, y el centro volvió a mostrarse ante la opinión pública como un proyecto desorganizado e incapaz de sostener sus propios acuerdos.
Y, más allá de ese episodio puntual, resulta increíble que el Nuevo Liberalismo y Dignidad & Compromiso logren ponerse de acuerdo más fácil con el partido MIRA —de orientación cristiana y fundamentalista en temas centrales como los derechos sexuales y reproductivos o los de la población LGBTIQ+— que con Alejandro Gaviria o Claudia López, con quienes comparten mucho más en términos programáticos, éticos y de visión de país.
Las razones detrás de esta desunión son conocidas: vetos cruzados, egos acumulados y falta de generosidad política. Pero el país no puede seguir pagando el precio de esa falta de madurez. Colombia necesita un gobierno serio, responsable, que convoque al trabajo conjunto y baje el tono de la polarización.
Aún hay tiempo, pero el reloj político corre. El centro tiene la oportunidad —y la obligación— de estar a la altura de la historia. No podemos volver a tropezar con la misma piedra.