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Un esfuerzo económico descomunal fue la consecuencia de la decisión de la joven chica Yuxin y su enamorado Zhang de contraer nupcias en el pequeño pueblito de Da’anliu en Shijiazhuang en el norte de China. El precio que la familia del joven empleado de la oficina ferroviaria local debió pagar a los padres de Yuxin para que acordaran entregar a la novia en matrimonio ascendía a cinco veces el salario anual del consorte.
Por extraño que parezca, sin embargo, los dos lados del evento se encontraban de buen agrado: Los padres de Yuxin debían ser razonablemente compensados por la pérdida de un miembro de la familia que hasta el momento contribuía con su mantenimiento económico, mientras que los padres de Zhang aceptaban bien el trato matrimonial toda vez que el “cǎilǐ”, o precio ceremonial, representa la gratitud y la capacidad del novio de mantener a su esposa. Todo forma parte del convenio que sella una alianza entre dos familias.
Desde épocas de Confucio, pagar un precio para conseguir una novia adecuada para el hijo varón de una familia ha sido una práctica común. Los gobiernos regionales, sin embargo, hoy están viendo estas transacciones civiles de diferente forma. Es que se ha estado produciendo un endeudamiento creciente y pernicioso de las familias como consecuencia de una práctica que penaliza fuertemente a los hogares con hijos varones. El alza a lo largo del tiempo del valor de las novias es notable y tiene su explicación en la política de un solo hijo que fue suspendida apenas en 2016.
A esta fecha hay en China 30 millones más de mujeres que de hombres en edad casamentera. Algunas ciudades de mediana talla, frente a esta distorsión social con un efecto económico indeseado, han comenzado a establecer multas si el precio de la novia excede un límite que la autoridad estima excesivo. Yuxin había sido vendida por el equivalente de 40.000 dólares. El alto endeudamiento deja a numerosas familias sin los recursos necesarios para cuidar a los más pequeños o a los mayores, provocando problemas sociales y conflictos entre las comunidades.
Lo que históricamente era una costumbre aceptada de buena gana en todo el territorio, en las grandes ciudades más expuestas a corrientes de pensamiento occidentales comenzó a languidecer, aunque en el interior del país y particularmente en las áreas rurales esta costumbre es aún muy respetada.
El feminismo que en los últimos años ha comenzado a expresarse lenta y solapadamente no ha conseguido tampoco horadar la inclinación de las familias a pagar buen dinero por una mujer adecuada para su hijo. Solo en el medio académico universitario se aborda esta práctica como una distorsión social aunque no de manera critica ni contundente. Se deja solo a las redes sociales -Weibo y WeChat, principalmente- la función de orientar a la población en esta difícil materia. En las redes si es posible encontrar activistas que crecientemente promueven la autonomía de la mujer y el rechazo a matrimonios basados en transacciones económicas, pero sin atreverse demasiado ser desafiantes al Partido o al orden público.
Al gobierno por su lado también le cuesta librar una lucha a favor de lo que se ha dado en calificar de “matrimonio civilizado”, porque dentro del ideario de la población un casamiento sigue siendo mucho más que la decisión de dos que pretenden anudar un vínculo basados en el amor o en el deseo de armar una familia. Para las dos familias, aun hoy, un matrimonio es un compromiso. Y en China los compromisos son sagrados.
