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Colombia es como una espiral de dolor. Que pasen cuatro décadas y nos sigamos despertando con las mismas noticias, es como un eterno déjà vu, una larga pesadilla.
Por Amalia Londoño Duque - amalulduque@gmail.com
Recuerdo que en mis primeros días del colegio nos levantábamos a oscuras, mis papás me bañaban sacando agua de una ponchera, con la luz de un par de velones enormes y con el radio a todo volumen anunciando todos los días que debíamos cuidarnos y poniendo esas cortinillas con el sonido de “última hora” que nos han acompañado siempre a los colombianos manteniendo en nosotros esa sensación de alerta que nos asienta la incertidumbre.
Tengo grabado en mi mente que, en uno de esos días, tras escuchar la noticia del asesinato de un político, mi papá suspendió sus actividades de la mañana, se agarró la cabeza y se tumbó en la cama.
La escena permanece en mi mente como un recuerdo más de mi niñez, así como la radio, así como la música angustiante del “ultima hora” de los noticieros, así como el “cierra las ventanas que es peligroso”, así como el ¡cuidado! en tono de advertencia.
Crecimos de esa manera, con avisos y noticias y prevención y desconcierto.
Ayer, casi cuarenta años después de esa época horrorosa para el país, mi hija se levantaba también para su primer día de colegio.
Me levanté a hacer el café y prendí la radio.
Asesinaron a Miguel Uribe Turbay, decían los periodistas con la música angustiante de fondo, con ese “última hora” que me llevó inmediatamente a esas memorias de mi niñez.
Colombia es como una espiral de dolor, los años van pasando y todos mantenemos la esperanza, pero que pasen cuatro décadas y nos sigamos despertando con las mismas noticias, es como un eterno déjà vu, una larga pesadilla.
¿Qué les decimos a los niños?
Que la vida es sagrada, sí, pero no puede ser que parezca una consigna hueca.
Hay que decir que discutir con vehemencia no equivale a odiar, que la política no es un ring, ni un rating, ni un algoritmo; es el arte difícil de convivir con quien piensa distinto. Que nadie, jamás, debería morirse por lo que dice en una tarima y que a la palabra hay que bajarle el filo para que no siga convocando sicarios.
Uno de los periodistas que anunciaba la noticia ayer, decía conmovido, “hace treinta y cuatro años tuve que dar la noticia de la muerte de Diana Turbay, ahora estoy dando la noticia de la muerte de su hijo”.
¡Cómo dueles, Colombia!
En la conversación que Juan Gabriel Vasquez dio para el programa Aprendemos Juntos del BBVA, el escritor decía: “El nuestro es un país extrañísimo, porque no ha sido capaz de cerrar ciclos de violencia a lo largo de muchos años.”
No hemos sido capaces.
Y entonces, otra vez, décadas después, le entregamos la esperanza a una nueva generación que hoy no pregunta por qué viven en un país violento, sino por qué no hemos sido capaces de cambiar.
Somos un país que se mueve en políticas de odios, de reacciones, de rencores, de sicarios de 14 años.
Ojalá llegue el día en el que se escuche un “última hora” con otro tipo de noticias.
*Paz en la tumba de Miguel Uribe Turbay.