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Que no nos falte calle

Nos falta recorrer la ciudad, descubrirla con curiosidad y asombro. Decidir salir, para volver a conocerla.

hace 4 horas
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  • Que no nos falte calle

Por Amalia Londoño Duque - amalulduque@gmail.com

En Colombia hay una expresión despectiva para quienes se supone que desconocen dinámicas de ciertos grupos sociales o para quienes parecen muy encerrados en sus círculos y poco han recorrido su ciudad. Se dice: “te falta calle” cuando hay expresiones que no entienden, cuando se sorprenden con cosas que son cotidianas para otros o cuando de repente se pierden mientras conducen por una vía que sale de su perímetro más frecuente.

Cuando tenía ocho años, vivía en una unidad residencial enorme. Después de llegar del colegio nos lanzábamos a la calle: bicicletas, patines, escondidas, casas convertidas en estaciones de paso. Había grupos de diez o quince niños por generación y esas dos horas de juego antes de que alguna mamá gritara nuestro nombre se desvanecían en segundos. No había celulares; la calle era el espacio de libertad y de aprendizaje.

Hoy me pregunto cuánto tiempo pasan los niños frente a pantallas negras durante el día. No voy a ser fatalista: claro que todavía salen a la calle. Pero todos sabemos que las tabletas y los celulares han erosionado ese tiempo compartido, lo han vuelto más escaso y más ansioso. El deseo de jugar con amigos muchas veces se reemplaza por la ansiedad de esperar el turno frente a una pantalla.

Lo que antes se aprendía en la calle —negociar con otros, esperar el turno en un juego, correr riesgos, resolver conflictos sin adultos— ahora se juega en solitario, en silencio, frente a un vidrio. Y esa transformación no afecta solo a los niños: también como ciudadanos hemos cedido la calle. Caminamos con la mirada fija en el teléfono, usamos la pantalla como refugio para no cruzar miradas, para no conversar, para no perdernos.

Tal vez, más que a nuestros hijos, quienes necesitamos volver a la calle somos nosotros.

La semana pasada, en la feria de diseño, conversé con el arquitecto puertorriqueño Héctor Ruiz sobre los cambios en las ciudades y el espacio público. Me contaba que Madrid —donde tradicionalmente se sale a la calle para todo: hacer mercado, tomar unos tragos, ver teatro o arte— vive hoy una transformación en la que muchos de los nuevos lugares invitan a entrar, no tanto a salir. Y eso, sin duda, golpea el comportamiento colectivo. Hay que buscar un equilibrio.

¿Y Medellín? ¿A qué nos invita? Hace unos años fuimos reconocidos como la ciudad de la innovación: parques biblioteca, ciclorrutas, escaleras eléctricas en barrios populares. Pero hoy, ¿qué tanto nos invita la ciudad a habitar lo público? ¿Será que preferimos encerrarnos en centros comerciales y pantallas?

Yo creo que no. Cada vez hay más ofertas, más planes, más grupos de lectura, festivales, ferias y comunidades que florecen en distintos rincones. El problema es que muchos de nosotros —los locales— hemos optado por huir del cambio, por repetir que “no hay mucho por hacer en Medellín”. Pero la ciudad crece, no solo para quienes llegan de afuera, también para nosotros.

Y “nos falta calle”, a todos.

Nos falta recorrer la ciudad, descubrirla con curiosidad y asombro. Decidir salir, para volver a conocerla.

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